Hola, soy Mel, coach de transformación, autora, creadora. Escribo sobre autoconocimiento, co-creación y creatividad. Creo que podemos encarnar la versión más auténtica y próspera de nosotros mismos, una versión que se alinea con los ciclos de la vida, donde la abundancia material fluye de manera natural y sin necesidad de forzarnos ni sacrificar nuestra paz. Mi enfoque es ayudarte a expandir tu conciencia y vivir con mayor conexión, sabiendo que el cambio real siempre comienza desde adentro hacia afuera.
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Hay algo que no se dice lo suficiente: “El camino de regreso a casa” no es una línea recta. Es un sendero que se va trazando a medida que lo caminamos, un mapa que se dibuja con cada paso, a veces borroso, a veces iluminado. Y sí, en ocasiones una se pierde. Pero otras, es justamente en medio de ese extravío donde una se encuentra. Yo he muerto y renacido tantas veces que he perdido la cuenta. Comencé este viaje con una mochila repleta: miedos que no eran míos, creencias heredadas de generaciones, y una voz interna que más que consolarme, me empujaba hacia la duda y el juicio. Pero con el tiempo, fui soltando peso. Fui cambiando carga por herramientas, vacíos por rituales, dureza por una voz más suave. Una voz que empezó a hablarme con ternura.
Entre todo lo que me ha sostenido, una herramienta ha sido mi faro: una nueva forma de escribir. O quizás sería más justo decir, una nueva forma de escuchar. Nació en un día cualquiera, en medio de la confusión, cuando me hice una pregunta sencilla y milagrosa: ¿Qué me diría mi terapeuta en este momento? Y al formularla, una voz surgió. Una voz sabia, luminosa, serena. Una voz que siempre había estado ahí, esperando a ser invitada a hablar.
Esa práctica se nutrió de algo que escuché a Elizabeth Gilbert compartir alguna vez. Ella la llamó The Two-Way Prayer, una oración de doble vía. Se trata, simplemente, de escribirle cada mañana a una versión más elevada de una misma, a quien ella llama: “Amor”, y hacerle una sola pregunta: ¿Qué quisieras que yo sepa hoy?
Inspirada por ella, empecé a hacerle espacio a esa voz. Y mi escritura, que durante años fue un volcán que escupía lava sin filtrar —necesaria, por cierto, para sobrevivir— se transformó en algo nuevo: un diálogo íntimo, sagrado, con esa parte de mí que todo lo ve con ternura, incluso cuando yo no puedo.
Elizabeth la llama Amor. Yo también empecé a llamarla así. A veces le digo Diosa. Otras veces, Guía. Fuente. Espíritu. Consciencia. No importa el nombre, lo que importa es la frecuencia desde donde habla: la de un amor que no juzga, que no empuja, que no exige, simplemente te ama incondicionalmente.
Y lo que aparece en la página después de esa pregunta es la respuesta. Una carta escrita por el Amor para mí, con mis palabras, pero con una sabiduría que va más allá de mi mente. Son mensajes hechos a mi medida, exactos, precisos, sin fórmulas, sin reglas. Guías suaves que me dicen justo lo que necesito escuchar. Son recordatorios de que la sabiduría no está fuera, sino dentro, esperando a ser convocada.
Y hay algo mágico que ocurre cuando comparto estos diálogos con otras personas: muchas veces, la voz que me habla a mí, también le habla a alguien más a través de mí. Y al revés: cuando alguien se anima a compartir su voz amorosa, esa sabiduría resuena en mí como si hubiera sido escrita para mí. Por eso siento que este espacio es tan valioso. Porque escribir —y leer— desde el Amor no solo nos reconecta con nosotros mismos, sino que también teje puentes entre almas que, aunque no se conocen en persona, se reconocen en un plano invisible.
Hoy quiero compartirte un fragmento de ese diálogo. Una entrada real de mi diario, escrita esta misma mañana, mientras atravesaba un dolor físico muy agudo. Ese tipo de dolor que, como bien sabes, no solo se siente en el cuerpo, sino que desata tormentas emocionales, pensamientos oscuros, frustración y desesperanza. Por eso recomiendo esta práctica con todo mi corazón: porque es una forma de regresar a ti, de sentarte a la mesa con tu parte más sabia y decirle: Aquí estoy, háblame. Es escuchar y saber que siempre estás siendo escuchado. Es recordar que ya estás en casa. Que siempre has estado.
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